Por Ezequiel Echeverría
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En esta ocasión nos remontaremos a las primeras transmisiones. Habíamos empezado por agosto del '87 y justamente frente a Argentino de Rosario. Y nuestra historia tiene como protagonista a nuestro primer viaje a la cancha del "Salaíto".
Transmitir de visitante, y sobre todo desde tan lejos, era una aventura. Siempre es oportuno recordar que los celulares todavía no existían. Unos días antes del partido tomé un micro hasta Rosario como para "reconocer" la zona del estadio y ver si podía conseguir algún vecino caritativo que nos alquilara su línea de teléfono.
Ya había ido con un dato: un pariente del Presidente del club vivía detrás de uno de los arcos.
Llegué a la terminal, me tomé un taxi y fui hasta el barrio Sorrento (el nombre se debía a la central eléctrica que estaba a pocos metros de la cancha y cuya chimenea se divisa aún hoy desde muchas cuadras). Primero traté de ubicar la casa de la familia del Presi de un club casi fantasma... Todo cerrado, sin movimientos y tal cual lo conocemos hasta hoy, preguntándonos ¿cómo se sostiene dicha institución?; sin socios, sin hinchas, sin actividades, sin...nada.
Pero la siesta rosarina no me ayudaba. Cualquier puerta que golpeara encontraría rostros de sueño y molestia por quebrar ese rito de una mega ciudad que tiene rasgos pueblerinos. Las malas caras a las que me enfrentaba me hicieron optar por sentarme debajo de un árbol y esperar aunque sea una horita. Hasta que un señor mayor pasó caminando y medio de reojo me invitó a una pregunta: "...oiga jefe, conoce la casa de fulano...?". "...sí pibe, es aquella, la blanca con la puertita negra...".
Bueno, empezaba el momento de mentalizarse como para entablar un diálogo con la vecina o vecino y convencerlo de que nos alquilara su línea para el sábado. No era fácil. Manguear un teléfono por aquellos años en donde no todos tenían, y las casas se alquilaban o vendían con el plus "con teléfono" era una odisea. Para colmo, el miedo a la llamada; ¿cuánto costaría si se hacía desde la línea alquilada?. "No pibe, no..." era la respuesta frecuente. Entonces uno tenía que ir con un discurso ganador, convencer de que no había riesgos, poner una cara que inspirara confianza y ofrecer una suma importante de dinero porque en varias oportunidades muchos "no" se revertían con los billetes.
Así golpeé mis manos y un señor sexagenario me atendió y escuchó atentamente mi propuesta. Debo reconocer que resultó mucho más fácil de todo lo que me había imaginado desde que había salido ocho horas antes desde Morón (aclaro que había tomado la Empresa Argentina que para esa época era como una Lujanera que paraba en todas hasta Rosario).
Ya había ganado el partido... El sí de este vecino y la reconfirmación unas veinte veces de que el sábado iríamos, la hora y todo lo que quería dejarle en claro, era mi triunfo personal. Volví a Buenos Aires y le comuniqué a mi amigo y compañero Víctor Gutiérrez que la línea era nuestra.
El sábado, por la mañana, partimos tempranito. Hacía pocos días había comprado mi primer auto, que en realidad era de la familia... una Break 12 modelo '80 color bordó. Lo estrenaba yendo a esa transmisión. Recuerdo que fuimos cuatro: Víctor, Walter (compañero de facu, estudiante de periodismo que me daba una mano en vestuarios), Buby (el técnico que tiraba los cables y nos hacía el servicio para la transmisión) y yo. Cuando Víctor ve la Break me dice: "...cabezón, ¿cuándo te la compraste?; ¿le jugaste la patente?...".
Obviamente mi respuesta fue no. Les puedo jurar que me tuvo loco hasta que paramos en una estación de servicio en donde llamó a su "corredor de apuestas amigo" y le jugó a las tres cifras : 289.
Lo que sigue quizás para la anécdota pierda importancia, porque llegamos, nuestro vecino nos alquiló la línea, tiramos como 200 metros de cable, transmitimos y todo a favor. Creo que hasta el resultado nos sonrió. Pero ya sobre el final de la transmisión, cigarrillo en mano, Víctor Gutiérrez le pregunta a nuestro hombre de estudios centrales (en este caso era otro amigazo: Roberto García) si tenía los números de la tarde... Vale aclarar que uno de nuestros auspiciantes era una agencia de lotería y todos los fines de semana pasábamos los resultados de los sorteos. Roberto, con su típica voz, firme y seria dice: "...anote Gutiérrez, a la cabeza el 289...".
Víctor se puso blanco, se ajustó los auriculares y volvió a preguntale el número ganador. "...289 Gutiérrez, 289...".
En un estadio vacío, nuestros gritos coparon la tardecita. No lo podíamos creer, porque acertar las tres cifras era mucha plata. Tanto, que esa noche retrasamos el regreso y nos quedamos a cenar opíparamente y volvimos con todos los astros de nuestro lado.
Recuerdo que cuando Víctor fue a cobrar su premio y me trajo la mitad, era mucho, pero mucho en serio. Y hasta el día de hoy lo recordamos, justamente casi 25 años después, tanto mi compañero como yo tenemos un lugar en nuestros recuerdos de la tarde en que la fortuna nos dio un plus luego de una transmisión exitosa.